lunes, 10 de enero de 2011

Qué es una enfermedad


Capitulo uno

¿Es algo acerca de lo cual podamos especular? Si especular es lo mismo que reflexionar, entonces sí podemos hacerlo.
Creo que sí podemos especular acerca de qué es estar enfermo. ¿Qué tipo de palabra es ‘enfermedad’ y todas sus derivaciones? ¿Por qué es tan potente la voz de esa palabra como para poder ser tan suficiente? Cuando uno le cuenta alguien que emprendió un viaje especial, que no es parte de la rutina, se espera que lo más probable sea que el interlocutor le pida detalles. Cuando uno, en cambio, se ausenta por un tiempo, así como sucede cuando se viaja, pero esta vez la razón ha sido la enfermedad, a lo sumo se espera que el interlocutor pregunte si ya se está mejor.Y esto revela un vacío que se produjera en el curso de nuestras rutinas cuando hemos estado enfermos, a falta de algo más que valga la pena decir aparte de estar enfermos; “estuve enfermo”.
En este primer apartado quiero limitarme a la dimensión puramente individual de la situación de experimentar, por ejemplo, un simple estado gripal. La verdad es que un hecho tan común presenta consecuencias bastante extensas y que no se refieren precisamente al dominio de la biología.
Para ayudar a entender la cuestión, imaginemos que la vida, esto es, los años recorridos, es como un cordón umbilical. Nos cortan al nacer aquel que nos une con la madre, que es casi el símbolo de dejar de ser parte del organismo de ella. E inmediatamente asimos otro, como inspirados en la estrategia de Teseo para no perderse en el laberinto del minotauro, y de esta forma asimilamos un modo de unirnos con el momento de nuestro alumbramiento. Cierto es que los procesos que subyacen (si es que son procesos) a esta trama, con forma de cordón umbilical que nos une a nuestro origen en el mundo, son desconocidos a ciencia cierta. Pero todos creemos que hay algo que amalgama nuestras vivencias de un modo, construye una trama, entre muchas tramas alternativas, para que cada uno pueda predicar sobre su vida y su pasado. Pero hay situaciones que son vividas como un lapsus donde solo cabe una palabra la cual parece devorar muchas formas de hablar sobre esos episodios. Pero no se puede porque para eso esta esa palabra. Y por eso me pregunto "¿Por qué?".
No quiero parecer abstruso en la manera de explayarme. Haz cuenta, bienvenido lector, que solo estaba hablándole a mi bigote. Lo que quiero proponerte es que sitúes la cuestión en tu vida, lejos de los libros de biología y sus entidades microscópicas, así como lejos de la consulta del médico y del químico farmacéutico.
Existe un cordón umbilical que nos permite formar una trama con cada retazo de tiempo que empeñamos en una actuación determinada. Una actuación o actuaciones gobernadas por nuestras actitudes hacia eso que está afuera. Porque perdónenme la digresión. Pero es verdad que esta al fondo de nuestro compromiso con el mundo de afuera nada más que una actitud. Puedo decidir, de un día para otro, sustraerme a cualquier relación con el mundo y sus agentes y pacientes. Así como puedo no hacerlo. Puede ser por miedo, pues no conozco otra manera de seguir siendo yo mismo. Y puedo escoger seguir siendo presa de ese miedo y lanzarme otra vez, día a día a los brazos de esa realidad, no sé, yo al menos, por qué. En el fondo, siempre existe una actitud.
El cordón umbilical, recordemos, que nos permite recortar nuestro tiempo como nos venga en gana y distribuir sus pedazos y anteponerlos, superponerlos, como nos venga en gana. Está ahí. Me pregunto yo, ¿por qué la enfermedad es un lapsus en dicha trama? Y tengo una respuesta tentativa para motivar el análisis del tema desde una problemática particular. Pero voy a proponer la respuesta en forma de pregunta. Entonces, léase nuevamente la anterior pregunta y aquí esta su respuesta forma de otra pregunta. ¿Es por qué tiene una respuesta lógica que realmente nos roba ese pedazo de tiempo?
Me ha parecido, por un resfrío que tuve recién, que no he hecho más que hablar de estar enfermo como si fuese algo que no tuviera que ver conmigo. Un estado de exención de uno mismo. De estar exento de mí mismo, de hablarlo, discursarlo desde yo. Un estado que permite salvarse de explicar la situación desde la propia vivencia y experiencia. Desde la propia trama. Que permite justificarse y justificarle a los demás el estar recluso, sustraído, lejos del mundo, mientras más grave se torna. ¿Está tan lejos de nosotros y nuestra actitud hacia el mundo el estar enfermo? “¿Por qué andabay desaparacío?”. Respuesta. “Porque estaba enfermo”.
Es como si dijera “Mi cuerpo, tú sabes, no me lo permitió, que le voy a hacer”. Entonces como que me parece que se hablara del cuerpo como si no fuese parte de él quien habla de su enfermedad, como si lo utilizara para desplazarse por el mundo. Y es como si otra vez se nos representara toda esa mitología del cuerpo como prisión del alma, pero con otra estética.
Hoy día no compartimos los trances que nos ofrecen las enfermedades ni con nosotros mismos ni con nadie, porque basta una palabra para que se lo devore todo. Se devora el tratar de entenderlo de un modo personal, de compartirlo con un amigo, de realizar el trance de una manera alternativa aparte del mero reposo, de “escuchar” lo que nuestro cuerpo nos dice. La voz “enfermedad” y sus derivados se lo devora todo y quien lo digiere es un sistema lógico que termina disfrazándose de un discurso sobre el cuerpo.
Es cierto que dicho sistema está basado en el empirismo, en una praxis que descubre conexiones, y eso puede darnos la seguridad de que nos referimos a algo objetivo. Pero creo que cuando se contempla el asunto atentamente se nota el momento en que el asunto es tendencioso y antojadizo.[1] Porque es cierto que un resfrío puede producirse por distintos virus que en interacción con nuestro cuerpo y sus células producen la enfermedad. Pero nada más sabemos. Es un sistema lógico pero clausurado porque remite a una dimensión explicativa que priva al sujeto de observar la situación desde su individualidad, sus actitudes, sus rutinas, es decir, todo eso que ha compuesto la trama, el cordón umbilical de cada cual. Nos induce a echar en reposo nuestras charchas, sin más, porque estamos poseídos por un virus. Ahí el sujeto nada tiene que hacer, déjeselo a especialistas, que la biología se lo explique, que el doctor se lo trate y que la farmacia le venda lo que el otro le dice.
Como puede verse, analizado en detalle, este hábito de asumir la enfermedad de la manera en que acostumbramos hoy empieza a hermanarse con cuentos de viejas y mitos religiosos, a veces hasta supersticiosos. Nadie puede decir a ciencia cierta por qué de pronto se nos metió un virus, lo que le deja un cómodo espacio a la hipótesis de que podría ser perfectamente problemas en la fortaleza ya no tanto física ni mental, sino íntegra del sujeto. El sujeto como un todo. Al final, cuál vendría a ser la razón de separar nuestro cuerpo de nuestra vivencia, de eso que somos cuando pensamos, deseamos y tenemos actitudes, y que no le quiero llamar mente para no fomentar la división entre una cosa mental y nuestro cuerpo.
¿Por qué tenemos a la mano una explicación causal tan apartada de nuestras vivencias y realidades? ¿Por qué dar por hecho esa respuesta? Quizá para apartarnos de la verdadera cuestión de la enfermedad, que podría referirse intensamente a nuestras propia vida y, en buen chileno, a cómo lo estamos pasando ¿Dónde está la enfermedad situada en ese devenir, en el pasar, en nuestras actitudes, en fin, en todo lo que pasa por nuestro pensamiento?
Casi nadie puede situar la enfermedad en ese huidizo cordón umbilical que nos ata a nuestra vida pasada; que ata nuestra actualidad a nuestro sedimento existencial. Ese que nos recuerda cosas, no rememora en el pasado de ciertas formas y nos hace querer seguir siendo los mismos pero mejores, o ser de ahora en adelante completamente diferentes. Qué quiero expresar en fin. Es como si la ciencia nos arrebatara la enfermedad para gobernarla bajo sus propias leyes, nos impidiera sentirlas y narrarlas por nosotros mismos a medida que adoptamos su discurso. Es como si raptara nuestras enfermedades y mandara a convivir parte de nosotros a una dimensión lógica ajena a nuestra existencia. De pasada, nos rapta nuestro propio cuerpo.
Creo que cuando reconozcamos la naturaleza del lenguaje podremos hacer milagros con él, y hasta magia, chamanismo, como pretende el Lacaniano. Personalmente, ya he empezado a esbozar parte del conjuro, que podría cantarlo hoy como sigue:
A mi cuerpo me lo raptaron hace un tiempo. Ya no pertenecen mucho al dominio de lo que se supone que soy los pensamientos que me caen sobre él. Me conformé mucho tiempo con las respuestas que me han dado en un léxico y lenguaje extraños. Mi cuerpo parece una cosa que a veces parece traicionarme, o simplemente abandonarme. “Así es que, ¿no me quieres llevar a percibir a tal lugar?” Pongo este enunciado como ejemplo porque casi parecía que yo le reclamara así a mi cuerpo cuando casi me quita la oportunidad de ir a ver a Megadeth, una banda que me gusta. Me lo permitió, pero hecho añicos. ¿Es que soy una mente tan separada de mi cuerpo? Quiero, al menos, experimentar que esto no es cierto, porque mi intuición me dice que es imposible que esto pueda tener sentido. Además, porque tengo la evidencia de que pude levantar mi cuerpo y hacerlo andar por una cosa que pasaba por mi cabeza. No podía sino ser el deseo de ver en vivo una música que me gusta mucho lo único que lograría  hacerme creer que podía tener fuerzas para ir y hacerlo.
Toda esta cuestión sirve hasta para obra de teatro. “Mi cuerpo, ja!, el primer regalo que me ha dado la vida, no para de encapricharse de vez en cuando y achacarme unos momentos de pesadumbre que no tienen nada que ver conmigo, la primigenia, primordial ¡prístina!... mente. YO, LA MENTE. YO, EL YO, EL YO, EL YO, EL YO”, etc.
“Mente, sí, a ti te hablo…”, dice el cuerpo. “Siempre quieres jugar a ser bastarda, y a mi me pones ante el mundo y me responsabilizas frente a él por mis dolencias. Y tú, acaso, ¿Dónde mierda crees que vives?” Escucho esa pregunta, hecha un eco. La hago yo, ahora hecho un cuerpo.
Pienso que la enfermedad es una tregua. Una tregua que queremos pactar con nosotros mismos. Pero esos conocimientos que “facilitan” nuestra comprensión de la enfermedad nos impiden pactar con nosotros mismos.
Al mundo humano estamos supeditados, sometidos, porque no hemos alcanzado siquiera la posibilidad de ir seguros a recibir a los demás y entendernos mutuamente de manera transparente. En este contexto al cuerpo solo lo usamos, lo queremos mientras nos sirva, pero lo separamos de nosotros y lo rechazamos cuando no queremos recibir algún estímulo de él que no nos sea bienvenido. Me pregunto, ¿será esta actitud el origen del dolor? Pues nuestras mentes (símbolos) pactan, pero nuestros cuerpos se someten. Los sometemos.
La enfermedad me parece el fruto de un cuerpo en discordia con nuestro ESO que hemos enajenado de él. Esa cosa que creamos de pronto y llamamos mente. Luego, al cuerpo le robamos sus momentos para poder engañarlo y hacer que actúe a nuestro antojo. ¿Qué es eso que es uno pero que no es el cuerpo? Me parece que una pregunta así, mas justa y honesta, es la que debió haberse planteado Descartes.
Una enfermedad es cuerpo que se rebela y no quiere vivir más sometido. ¿Cómo voy a hablar en delante de mis enfermedades? ¿Puedo burlarlas?
Solamente sé… solamente quiero saber que cada vez que me enferme mi cuerpo me estará dando la oportunidad de reconciliarme con él. Pero espero no traicionarlo una y otra, y otra, y otra, y otra vez.

Velador



[1] Es increíble pensar que nos parecía tan cierto que el resfrío lo produce una exposición repentina al frío, cuando no se ha podido establecer, mediante un estudio concluyente, la necesidad de tal proposición. Es decir, no es cierto, es una conjetura.

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