martes, 11 de enero de 2011

National Geographic


Siete mil millones de simpáticos

El último número de la National Geographic, en la versión nacional al menos, testifica que según importantes estudios de parte de demógrafos de todo el mundo este 2011 culminaríamos con una población mundial de siete mil millones de habitantes. Uno podría decir “¿Y a quién cresta le importa? Si al final tengo los mismos vecinos pesaos todos los días”.
Pero la cosa no es tan simple. Al parecer, según explican en la revista a partir de los estudios y datos que proliferan de parte de los demógrafos, la dinámica del desarrollo demográfico de una nación en particular es extremadamente compleja. Podría compararse al intento por detener un buque o cualquier cuerpo que se desplace a través de un fluido o sobre una superficie con escasa resistencia. Se puede implementar una política pública en extremo exitosa para programar la tasa de crecimiento demográfico de un país de manera que se logre el nivel de reemplazo. Pero la realización de un programa de esa índole no ve sus frutos sino hasta unas tres o cuatro décadas después.
Una de las consecuencias que más llama la atención puede deducirse visualizando una didáctica pirámide demográfica. En tiempos pretéritos, cuando muchos inventos que auspiciaron la prolongación de la vida no habían sido descubiertos, sobre todo los antisépticos gracias al descubrimiento de Semmelweis, el promedio de edad para la muerte de un ser humano común y silvestre era de cuarenta años. Hoy dicen que un ser humano promedio va a vivir hasta, por lo menos, los ochenta años. Una pirámide que refleje aquellos tiempos medievales aparece con una base ancha, por la mayor cantidad de infantes y jóvenes, se va estrechando a medida que asciende en el promedio de edad. La pirámide que estamos enfrentando hoy por hoy es bastante amorfa y más parece un menhir sin formar cúspide. ¿Por qué habría de preocuparse el ciudadano común perteneciente a la democracia de modelo occidental? De los coletazos.
La respuesta es tan simple que se le escapa a muchos. Un coletazo del tipo que estamos hablando se expresó con una masiva protesta en el segundo semestre de 2010 en Francia[1] cuando Sarkozy quería aplicar una reforma laboral que extendiera el periodo activo por dos años más, quedando la mansaka por las calles, porque cuando los franceses protestan son como fundamentalistas de la movilización ciudadana. Según los demógrafos, los nueve mil millones de habitantes pronosticados para el 2045 es un futuro implacable, incapaz de ser refrenado por política pública o global que se aplique por muy óptima y eficiente que sea. El problema concreto es que dado nuestro modelo económico presente, para la fecha señalada, será imposible contar con una fuerza de trabajo capaz de cubrir las pensiones de la creciente masa de retirados de la actividad laboral. Es cuando ciertas opiniones avalan las proyecciones de Malthus, el primer demógrafo que caviló acerca de la sobrepoblación mundial. La guerra y el hambre lo solucionarán todo y acabaran con la suficiente cantidad de seres como para que podamos seguir resistiendo unas décadas más.
El hambre, sí. Porque no solamente el problema es la cuota necesaria que deben aportar los trabajadores para mantener a sus ancianos padres o abuelos. Sino de donde sacar tanto alimento. Cobra sentido hoy el vegetarianismo ya no por un excelso imperativo moral. En mis innumerables intentos por dejar la carne roja al menos, un día durante un asado le expliqué a un amigo que yo lo estaba haciendo el quite a ese alimento especialmente por la manipulación de la carne, una de cuyas consecuencias es la inserción de antibióticos. La carne roja, especialmente, comienza a descomponerse muy rápido. Mi amigo, como todo carnívoro convencido me replicó aduciendo lo inútil de esquivar los tóxicos ya que los vegetales también los contienen. Y tiene razón. Pero hoy en día existe un argumento incuestionable para dejar en paz a las vacas. Es estúpido mandarlas a comer grano o pastos para después comérmelas a ellas cuando podría usar el mismo suelo donde se cultiva su alfalfa o lo que sea, para cultivar cereales que puedo comer directamente sin pasar por las vacas. A este argumento nadie puede objetar. Sencillamente, comer vacas es ineficiente y caprichoso.
De hecho, hay quienes opinan que el problema no es la superpoblacion de planeta. Es decir, no es cierto que la tierra no pueda sostener a nueve mil millones de humanos o más. El problema es la economía. Esto es, lo que obtiene el ser humano de la tierra, como lo produce y consume.
Un correlato del cientificismo es que el ser humano se ha pensado a sí mismo como capaz de dominar a la naturaleza, sus leyes y la mayoría de sus avatares. Por supuesto que no es así. La economía de raigambre capitalista y mercados libres de concurrencia autónoma, por variar la referencia, genera ciclos productivos para nada amigables con los ciclos naturales. Por ejemplo, la capacidad de recuperación del suelo no puede ir a la par de la explotación del mismo, que es la base de nuestro sustento.
Ir con frecuencia al supermercado nos ha hecho olvidar, al parecer, que éste es simplemente una interfaz de nuestra obtención de recursos de la misma tierra. Es una manera moderna y sofisticada de la antigua costumbre de andar agachados cosechando la agricultura. Es el velo que nos prepara para el consumismo, porque nos impide ver lo que pasa detrás de toda la cadena de producción, así como muchas multitiendas hacen imposible verificar si una prenda fue hecha o no por un niño malayo. En suma, nos insensibiliza con respecto al medio, que es muy distinto a llorar por el romanticismo del taparrabos y del edén. Nos impide verificar la pragmática de nuestra idea de economía.
El modelo económico imperante es un sustrato de relaciones sociales absolutamente improvisado. Es natural que revele aberraciones porque, en la práctica, cualquier intérprete puede meter la mano en tan libertaria orquesta. No obedece a ningún tipo de inteligencia ecosistémica sino al oportunismo, en su sentido estricto y no peyorativo. Y la pieza que se está improvisando es una cantata cuya lírica habla del ser humano de tal forma que se descubre a sí mismo como un personaje muy poco aterrizado, con los pies muy mal puestos en la tierra. Parece una paradoja, puesto que aquel representante típico, el citadino con corbata, dependiente, trata al ecologista o al hare krishna como un ser poco aterrizado mientras se considera él mismo lo contrario porque le corresponde al modelo de actuación individual económica imperante. Un ser que se pasea por distintos puntos de interfaz de consumo, con distintos diseños, vistosos colores que maravillan y estimulan sus sentidos donde los mejores componentes de la mixtura producto/publicidad triunfan y él también porque siempre se supone que hizo la mejor compra.
Si existiera en realidad un ent, ese pastor de árboles, personaje de la saga de “El Señor de los Anillos”, nos miraría igual como miraríamos al característico loco de patio de interactúa con sus fantasías como si estas estuvieran en el plano común de los mortales.
Esta disociación de la realidad que padecemos como especie puede revelarse aun más por el incongruente discurso de la mayoría de las personas de calle. El discurso de la mayoría (que se verifica por lo que hace la mayoría finalmente) tiene por argumento la realización de objetivos de largo plazo, como los hijos y los hijos de los hijos,  en base a logros de no corto, sino cortísimo plazo. Es decir, se pretende vincular una proyección de la vida muy amplia que involucra las propias aspiraciones, que probablemente le serán transmitidas a la siguiente generación, con una panorámica absolutamente miope de las condiciones apropiadas a tal proyecto. Pero parece ser una condición para ser aterrizado.

Velador



[1] Nota al margen: Francia fue el primer país del mundo en disminuir significativamente la tasa de fecundidad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario