martes, 25 de enero de 2011

El lenguaje que se nos sube a la cabeza


Parte II

Para continuar con esta secuela del texto “El lenguaje que se nos sube a la cabeza” será necesario parafrasear una parte del mismo, de modo de proseguir el argumento y asimismo ir apuntalándolo en torno al tema de trasfondo.

La idea de Marx es cierto que es revolucionaria pero en relación al sistema de la filosofía que le precedió. Más no revolucionó tal campo hasta su más tierno arcano. Se funda en una cierta lógica que echa a andar la rueda de un nuevo Ser, de una idea absoluta.

            Amigos. Cuando un argumento toma por objeto referirse a las ideas, a una en particular, el lenguaje nos permite compartir la experiencia de cómo dicha idea nos ha sido permitido asimilarla por medio de él. El lenguaje nos permite asimilar ideas. Mas, las personas jugamos un juego muy cómplice cuando discutimos la razón de alguna idea o concepto. Hacemos como si esa entidad que resuena en nuestra conciencia estuviera ahí, nuestra ya, y la defendemos como si quisiéramos reclamarla en su verdad. A eso jugamos. Pero si quisiéramos hablar en serio sobre esa idea, tendríamos que sincerarnos y confesar como nos ha sido dada la misma. Es decir, qué circunstancias, sobre las que se hace uso de un uso del lenguaje, valga la redundancia, nos han iniciado en la capacidad para desarrollar una conversación respecto de un concepto o idea.
            ¿Qué significa que una idea, como la filosofía, me sea cada vez más cercana y palpable a medida que me involucro más en círculos académicos? Si comenzáramos a medir la razón de nuestras ideas y conceptos, ponderando las circunstancias en que nos han sido dadas por el medio que nos rodea, creo que podríamos recién empezar a hablar de entender nuestro mundo.
            No se si uno de ustedes lectores, ha topado por algún manuscrito sobre epistemología u ontología con la cuestión del problema de la mente y su status ontológico. Es decir, ensayos o teorías que versan sobre qué es lo que es la mente. Generalmente se nos parte diciendo que es un concepto que se desarrolló en la Antigüedad, referido en primera instancia a “inteligencia” y que de alguna u otra manera se coló al lenguaje cotidiano. De lo que resulta que las personas, en general, han asimilado ontológicamente la entidad, que en principio no fue más que una idea, es decir, el reflejo de una especulación de lenguaje.
            Es importante observar inmediatamente un punto importante a propósito. Cuando una palabra que refleja una idea es capaz de generar discusiones, conversaciones, debates o cualquier intercambio comunicacional de manera profusa se autovalida. Y se sale del control o de la influencia de las circunstancias que le vieron nacer. Una palabra, cuando concita la voz de las personas a su respecto, es lo que determina discursos sobre los que es importante entenderse. Claro está que el contexto acota bastante la gama de palabras y sus respectivos conceptos (cuando son sustantivos sobre todo) entre parlantes competentes. No es necesario manejar conceptos como “epistemología” u “ontología” entre las noticias que podemos encontrar en el periódico, cuando sí lo es si nos interesan las eternas discusiones sobre el conocimiento y las entidades cognoscibles.
            Así de pronto nace una cosa incorpórea, en la medida que sea menos referido a un objeto tangible, que pulula en las conversaciones de las personas como si fuesen patrimonio de la humanidad. Y veremos que es importante observar, en qué clase de conversaciones surgen, en qué contextos, y en qué momentos de dichos contextos. Hasta que podría darse cuenta alguien, como al menos yo lo he vivido, que una cosa que se le dice idea, como la democracia, jamás vino de un mundo tal de las ideas, sino que vino de la actividad verbal humana. Y con un par de vueltas más podríamos concluir que aquello que llamamos mente, donde acogemos ideas, reflejos de la realidad, etc., es también una abstracción de ese tipo de actividad humana, nada más concreto que ello. Esto último requiere algo más de esfuerzo para comprobarlo y probablemente amerite otro apartado.
            Cómo surge una palabra es una cuestión que en la literatura respectiva se nos responde rápidamente con que es un hecho convencional. Pero este importante hecho no ha generado, a partir de ese mismo análisis, un estudio sobre la naturaleza de las convenciones nuestras. Puede alguien contestar que sí, que existen disciplinas, como la sociología o la antropología. Pero no se estudia el fenómeno a nivel pragmático.
            Me refiero al nivel pragmático tal y como lo trata Watzlawick en su teoría de la comunicación humana. Existen disciplinas de conocimiento que realizan abstracciones de las convenciones humanas. La más conocida de estas convenciones son las instituciones. A mi juicio y a grandes rasgos, una institución es una dimensión de actividad humana que opera sobre la base de un juego de lenguaje, un modo discursivo definido internamente y que resulta ser ella misma la abstracción de dicha actividad, es decir, aliena la actividad misma desde el polo de los actores que efectivamente producen y reproducen la institución para redefinir esa actividad en términos relativos a la institución misma, a la semántica que su nombre u objetivos refiere. Para entender esta engorrosa fórmula expresada en dichos términos, baste pensar en cualquier tipo de institución, y esta exposición del problema debe permitir analizar cualquier tipo de institución finalmente.
            Pensemos en el Ministerio de Educación. Cuando revisamos sus estatutos, cláusulas, objetivos y demás predicados que versan sobre su razón en el estado democrático, nos encontramos con que se habla como de una entidad con vida propia de cuya gracia emanaran sus disposiciones respecto a la manera de iniciar a las personas en la sociedad donde viven. Esto comprende una serie de disposiciones de todo tipo, desde cual es la unidad competente para llevar a cabo el ejercicio educativo mismo en diversas etapas de desarrollo escolar (desde el jardín hasta la universidad), hasta el libro de texto que es adecuado para apoyar la clase de castellano de una profesor de sexto año básico. Toda una gama de disposiciones que dan lo mismo al asunto de este argumento. Lo que sigue y es importante hacer notar es que la actividad de un determinado numero de personas termina cobrando vida propia (y en otra dimensión) en un concepto abstracto, una institución. Y esto conlleva, a su vez, enajenar la institución de su historia. Se produce una traslación desde la realidad histórica a una realidad ideológica. Y este es el punto crítico porque en el transcurso de esta conversión se produce lo que se llama la conciencia, la inteligencia, o una dimensión humana que es capaz de poner en relación distintos objetos abstractos. En la práctica resulta que es el ministerio quien modernizó la educación para el bicentenario de la nación o quien no cubrió las necesidades de la educación rural, o quien se manifestó eficiente o deficiente para tal o cual cuestión de su competencia.
            Lo último puede parecer obvio y alguien podría reclamar que por qué hago tanto rollo haciendo un análisis como el precedente si (podría justificarse) a fin de cuentas la costumbre de abstraer la acción colectiva humana es una cosa que sirve al propósito de la economía cognitiva y ésta a su vez al propósito de asignar y distribuir la razón de las actividades humanas. Pero no es tan obvio. Porque tendemos a ver en las ideas una simple extensión de la realidad y un campo donde es posible, efectivamente, “calcular” una razón en la realidad de las cosas, es decir, poner en relación los objetos reales según su naturaleza. Esto puede resultar si es que la naturaleza de las ideas que se ponen en relación para establecer un juicio sobre ellas es nada más que ideológica (cuestión solo posible, me temo, en las matemáticas). Pero no resulta cuando la naturaleza de un concepto o idea es una abstracción de la actividad humana porque es difícil pensar que suplir una cadena de decisiones que se dan en el tiempo por parte de un colectivo humano por una simple fotografía de uno de esos momentos (las decisiones del ministerio de educación que se materializan finalmente) pueda reflejar lo que realmente es, esto es, la relación que realmente existe entre los agentes del ministerio.
            Generalmente se piensa que para producir una cierta utilidad práctica de parte de la actividad humana y sus instituciones es necesario un grueso esfuerzo racional. Esto vale tanto para la constitución de un estado como para la burocracia de una empresa. Pero sería preciso no excluir, a su vez, el esfuerzo imaginativo que también amerita. Es cierto que poner en relación distintas entidades tiene que ver con entender sus atributos, clasificarlos y así generar una definición pero nos saltamos la importante instancia de cómo decidimos que atributos tiene y cuales no cada una de esas entidades. Claro, cuando eso está definido lo demás no es tan complicado. Y generalmente no es complicado porque no se estudia el fenómeno que precede todo juicio, en este caso, sobre la realidad humana (como sociedad). Los pensadores toman las ideas y conceptos como mejor se adecuen a sus propósitos estilísticos y antes de llegar al fondo de las cosas de que versan sus argumentos, prefieren realizar composiciones a partir de esas abstracciones pero juegan a tratarlas efectivamente como piezas de la realidad, obviando la imaginación que contienen cada una de esas imágenes. El corolario de este argumento es que un gran número de obras que se precian de contener conocimientos que aplican a la realidad de las cosas son composiciones estéticas. Existe una clara proyección de un sentido de la “agradable distribución de los elementos” en la literatura del conocimiento atingente a las realidades humanas: la filosofía, la psicología, la sociología, las humanidades y ciencias sociales en general.
            Esto explica quizá por qué ciertos autores de disciplinas del conocimiento diversas hayan volcado sus análisis hacia elementos más simbólicos. Lo que es importante entender es el por qué de este cambio de atención. Personalmente creo que es un esfuerzo encaminado a disminuir la especulación tan típica de las ciencias sociales y humanidades como también una determinación a enraizar los conocimientos sobre la cultura, el pensamiento y la sociedad humana en sus hechos más elementales. Pienso que el punto cúlmine de este esfuerzo es la realidad simbólica, entendida esta como una cuestión inmanente a la actividad humana. Indáguense, por favor, distintos sistemas teóricos, y hágase un catastro sobre cuántos de aquellos no tienen argumentos penetrados por conceptos e ideas que provienen del mundo ideológico, es decir, que tienen arraigo en la imaginación humana, finalmente.
            ¿Cómo podemos plantear la posibilidad de que un sistema teórico cualquiera tenga eco en la realidad si es que ha sido construido con elementos simbólicos convencionales? Una cosa es que juguemos al juego de crear argumentos para intercambiar ideas y regocijarnos en nuestro ingenio para ver el mundo reflejado en un inteligente mapa conceptual y otra cosa es que nos olvidemos que estamos jugando dicho juego y pretendamos que estos reflejos sean mas que esto, un reflejo.
            Volvamos a la cita del principio de este escrito. ¿Qué relación tiene con todo esto? De todo el argumento expuesto permitirá encajar todas las piezas.
            Marx y su materialismo dialéctico, es un gran hito, por revelar que el motor de la historia no es una supuesta capacidad del ser humano para pensar su mundo y materializar esa actividad, sino que toda sociedad y sus subproductos, como la cultura y la ciencia, se asientan sobre una infraestructura que no es más que su reproducción económica. La derivada de esta máxima es que toda ideología y sus rudimentos simbólicos son un subproducto de la actividad humana, y entiéndase esa actividad en su sentido amplio.
            Por ejemplo, la manera en que se instaura una dinastía regia capaz de gobernar un mayor número de seres comparado a una tribu, cómo se reproduce la legitimidad de la misma, como se mantiene el orden de un estado, tienen un correlato simbólico. Lo primero, generalmente, importa una leyenda preñada de cosmogonía. Lo segundo, la tribu, rituales. Y lo tercero, ciertos valores que podrían transformarse con el tiempo en un código protolegislativo. Pero siempre antecede una actividad y hechos consecuentes a esas actividades y decisiones humanas. El dominio violento de un pueblo sobre otro u otros, la jerarquía y el poder regio consumado en el ejército y la observancia de la autoridad, y la construcción de una tradición ideológica fundada en las decisiones racionales de unos pocos que se traducen en la normativa. Todo esto pasa por decisiones y actos humanos, después se cuenta la historia y se analiza la misma dando lugar a múltiples interpretaciones.
            El problema de Marx, a mi juicio, es que suscribió su muy atendible propuesta a un modelo de orden lógico, el materialismo dialéctico, tirándole un pequeño salvavidas a la obra hegeliana. Reflejaba un contexto aun muy imbuido de ilustración y donde existía una fe casi supersticiosa en la razón rectora de los designios humanos.
            Ahora pensemos, qué tipo de representación consciente puede salvar la brecha que separa la categoría de concepto para situarse en un orden superior. Y esta interrogante es atingente ya que existe, supuestamente, una dimensión del pensamiento humano que trasciende las representaciones que alberga en su seno y que vendría siendo el sustrato de la actividad pensante, un residuo que quedara si, hipotéticamente, despojásemos de toda representación a la conciencia. Algo así como lo que Kant planteaba. O lo que Hegel plantea, un modo de lenguaje o un modo discursivo que permite revelar al pensamiento en su actividad. O lo que se plantea como otra categoría distinta al concepto, la lógica, como un sustrato que sigue existiendo aunque no contenga concepto o idea alguna.   
            Me pregunto con mucho ahínco, por qué Marx, después de tan acertada propuesta, le antepuso una lógica, la dialéctica. Por qué, luego de devolverle su humanidad a la cultura, a las ciencias, y a todo conocimiento  (sacándolos del mundo del pensamiento) las invistió nuevamente de pensamiento. ¿Por qué luego de limpiar el pensamiento de toda ideología no pudo despojarse de la lógica? Mi respuesta a tal pregunta tiene relación con el problema del lenguaje. Es muy difícil hablar a través de las fronteras del lenguaje, cuando este pierde de manera abrupta su poder de referir las cosas, cuando empezamos a percibirlo como una actividad simbólica cuya verdadera naturaleza no es revelar una realidad, sino inventarla y posicionarla. Para un estudioso es muy difícil quedar de pie una vez que ha despojado su propia herramienta de trabajo, el lenguaje, de gran parte de su poder referencial “objetivo”. ¿De qué principio podrá ceñir ahora su teoría? ¿Existe alguna lógica que pueda volver a escapar por los laberintos de la abstracción, disfrazarse de pensamiento o entendimiento autoexistente, y superar el examen de su naturaleza como algo simplemente arbitrario, convencional, producto de un juego del lenguaje, de una manera de discursar, de discutir una cierta fantasía como si fuera cierta, hasta olvidar por completo que era solo un juego? A veces u juego del cual depende hasta la vida eso sí.
            Creo que no he podido ser claro, y es que el discurso se distorsiona cuando versa sobre el lenguaje, sobre todo cuando no versa sobre las entidades que produce, sino sobre la capacidad misma del lenguaje para juzgar la realidad de esas entidades. Se nos viene encima un torrente de realidad abismante, hasta temible. Algo difícil de fijar en conceptos, porque es la naturaleza humana, algo que otros refieren como la tragedia humana, el drama humano. 

Velador

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