domingo, 9 de enero de 2011

La televisión


¿Cómo hacerle una crítica original y válida?

Parece que el tratamiento humorístico que los creadores de los simpsons aplican a la realidad de la relación entre la familia común y la televisión no está muy lejos de lo que sucede normalmente en dicho contexto. Pongamos por caso cuando Homero se mete en un problema, por su irremediable glotonería, de un supuesto caso de acoso sexual. En una clara exageración que se vuelve grotesca pero cuyos principios si son válidos, Homero es denigrado como un abusador ante la comunidad por distintos medios de la pantalla chica: noticiarios, programas de entrevistas, etc. Cuando Homero le pregunta a su familia algo así como “Ustedes si creen en mi inocencia, ¿verdad?”, la familia se pone en actitud dubitativa hasta que Bart replica acongojado algo como “Es muy difícil no creerle a la tele papá, pasa más tiempo educándonos que tú”. Nada más cierto. Y remata el capítulo, después de que truculentamente se prueba la inocencia de Homero y la comunidad le pide disculpas, cuando Homero se encuentra solo en su estar con la tele, mira hacia ambos lados y dice “No volvamos a pelear chiquita”.
Ejemplos de la influencia de la televisión en las vidas privadas de las personas en los capítulos de los Simpsons hay montones. Como cuando, en otro epílogo de un episodio en que en Springfield casi todos se volvían Zombies, Marge, sentada junto a su familia en el estar viendo el reportaje noticioso sobre el desenlace de dicha situación dice “Que alegría que no nos volvimos Zombies…”. Y Bart la hace callar “Sshh, tele”. Y cuando se escucha un golpe proveniente del audio del televisor Homero dice “Hombre, caer, gracioso…”.
Podemos abordar esta problemática de distintos modos, Por ejemplo, algunos elementos de la escuela de Frankfurt hacían un análisis bastante anticipado a su época sobre como el concepto de lo privado (no en el sentido de propiedad sino de intimidad) en el contexto del hogar, desaparecería a causa de la televisión. En el fondo, ya no tendría sentido diferenciar una esfera pública de una privada, íntima, la familia, si la publicidad y ciertos modelos sociales se inmiscuían en el seno de la familia. No habría lugar donde escapar un momento de la influencia del medio social y generar una dinámica propiamente íntima.
El problema es que Benjamin, Habermas, Adorno, y los demás tenían la mala costumbre de escribir en un lenguaje absolutamente abstruso ideas perfectamente traducibles a un discurso más asequible, por lo tanto su novedoso análisis no es tan conocido si no es en medios académicos o grupos de pensadores de elite de raigambre Marxista. Ahí es donde ciertas falanges Marxistas mandan al pueblo a freír papas.
En una vertiente mucho más práctica e inspirada en el sarcástico e irónico humor de los Simpsons, podemos entender quizá a lo que aquellos autores se referían, al menos en parte. Y a este respecto sería importante y útil que alguien tuviese la iniciativa de propiciar un estudio sobre los medios de comunicación de masas que arrojen respuestas más relevantes que un análisis teórico de alturas.
Supongo que casi ninguno de ustedes que esté leyendo este escrito ha logrado escapar a la desgracia de la farándula. Y quizá, por morbo, más de alguno que se sentó a ver la tele para acompañar el solitario almuerzo se quedó algo pegado en algún programilla de farándula, una temática que suele rescatar a las malas propuestas programáticas de algunos canales.
Quiero que veamos un caso concreto nada más. ¿Se han fijado cómo estos tipos discuten o debaten algún punto o arreglan alguna diferencia de opinión? Sí, supongo que sí. La tele, lamentablemente, sí es capaz de influir en las conductas de las personas, sobre todo si se hallan en un momento etáreo importante para su maduración. De algún modo, la gente de farandulandia, tanto protagonistas como periodistas, fomentan una cierta actitud cuando tienen que lidiar con un debate o diferencia de opinión. Y es una actitud que no tiene que ver mucho con el respeto. Supongo que, al ser la farándula un mundo de divas y divos, fomenta cierta competencia por ser el superlativo en tal categoría. Es la única forma de generar buenos importes para quien vive de ese “trabajo”. Se debe “brillar”. Pero como en realidad esas personas no tienen ningún brillo aparte de salir en la tele, más se trata de opacar al que compite por la atención de los espacios de farándula.
Pero no quiero entrar en detalles sobre cómo es que de pronto, estas gentes, que pudieran compartir ese espacio, comienzan a disputárselo a punta de descalificaciones mutuas. Basta con resumir, a modo de ejemplo, el hombre o mujer en disputa por dos contrincantes, los dimes y diretes, las cartas bajo la manga por algún pasado turbio o un rumor comprometedor, etc.
El punto es su actitud, que se expresa a través del lenguaje. Es una actitud que se expresa en un lenguaje cuya función declarativa, que se refiere al contenido, no supera en importancia a, tomando un concepto de Austin, su función performativa. Esto es, lo que se hace cuando se profiere el mensaje. Es cierto que una mujer a otra le puede decir que se ha acostado con casi todos los productores de la televisión y, en este caso, si bien el contenido es alarmante para la reputación de una señorita, casi todos sabemos que es un comentario al aire, y que cuando se cita una cierta cantidad de veces sobre un asunto cualquiera redondeado de esa manera, a decenas o centenas, es probable que sea una exageración. Por tanto, la función performativa es más importante en este caso, dado que no importa tanto que el contenido pueda ser verdad cuanto que asestar un golpe preciso, cosa que es asunto de la función performativa de su mensaje. Y en el caso de la farándula, esa función performativa de los enunciados y discursos descalificadores dice relación con un cierto estilo particular cuyo manejo determina quién se impone por sobre otro, independiente de quién tenga en su poder una gran verdad.
En su acertado análisis, Austin ha demostrado que el lenguaje no tiene por función la simple prédica de la verdad (no sé si Austin también lo apuntó pero me temo que esa no es su función primordial, predicar la verdad de un estado de cosas) De hecho, un enunciado, al ser proferido, puede ejecutar una acción. Cuando lo explica Austin parece obvio. Pero no lo fue tan obvio para muchos reputados filósofos que solo analizaban el lenguaje en sus aspectos lógicos y su valor de verdad. En el mundo real, fuera de las teorías, el lenguaje es una herramienta que nos permite coordinar acciones con otras personas; o, si se quiere, generar un efecto en la conducta de otras personas, y rara vez nos comunicamos sobre lo que es verdad o mentira.
Si el lenguaje lo entendemos como una herramienta para generar efectos en las conductas de los demás, podemos comprender por qué es importante para el ambiente de la farándula y, en específico, para aquellos que buscan un lugar en ella empujando a otros por la borda, crearse un estilo performativo particular del lenguaje-acto de descalificar. Y hay estilos que son más premiados (discúlpenme el resabio a conductismo) que otros. Ese estilo confrontacional, hoy por hoy, es el que más dividendos les reporta a aquellos que lucran con su imagen. Es un verdadero estilo de intercambios comunicacionales, y su mejor manejo parece infundir al usuario en su carácter cierto aire de suficiencia que recordara a un soberano, hasta con el mentón en alto.
Lo lamentable del asunto, porque personalmente no me importan como se afecten las vidas de esos personajes por vivir así, es que las personas, y me atrevería a decir que sobre todo los adolescentes, se exponen a la tele y a ese lenguaje. Y se les presenta como algo válido, en un principio; y como una habilidad que genera buenos resultados a quienes dominan ese estilo de lenguaje.
Los adolescentes deben encontrar su identidad por entre los retazos de información que les brindan sus diferentes contactos con sus pares. Es especialmente importante en esta etapa de su desarrollo la relación que tienen con los de su misma edad. Y no es tarea fácil. Porque todos por igual, unos menos que otros, están buscando una definición de sí mismos dentro del grupo y eso genera, no pocas veces, roces. En este contexto, es como si los jóvenes se ensayaran en distintas facetas o con distintas actitudes. Para ponerse en relación con otro, la herramienta que genera mayor información sobre ese intercambio para ambos o más participantes es el lenguaje. Más que una herramienta, lo es como una caja de ellas. Y es porque es muy versátil, lo contrario a si su razón de ser fuese exclusivamente predicar la verdad de un estado de cosas.
La televisión es un medio que aglutina una gran cantidad de información sobre la realidad de la socialización de los sujetos, sobre todo porque exhibe una muestra amplia, aunque no exhaustiva, de juegos de lenguaje que podríamos referir también como el aspecto vinculante de un intercambio comunicacional entre personas. Por esta misma cuestión es un reservorio de profusa información para los adolescentes. Desde ahí pueden aprender, para luego ensayar modos vinculantes basados en los juegos de lenguaje que exhiben aquellos que aparecen en televisión. Entonces, nótese la calidad de la escuela de relaciones interpersonales a que asisten los jóvenes, una fauna donde la descalificación y el manejo de un lenguaje que cumpla eficazmente dicho cometido es la punta de lanza de un personaje público bien posicionado. Ejemplos: Paty Maldonado, Raquel Argandoña, Pamela Díaz y sigue y sigue y siegue…

Velador

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