lunes, 10 de enero de 2011

El Lenguaje que se nos sube a la cabeza


Parte I

Primero que todo, tengo que advertirles sobre todas las letras, y éstas que leen incluidas, pues quien escribe no es ajeno a las infecciones que el lenguaje ha inoculado en sí mismo, generando un padecimiento de seducción crónica en las mentes de otros. Espero ya estar convaleciente.

Amigos. Nuestro sustrato de comunicación a la usanza ha sido cuestionado de manera relevante. El problema es que estamos sumamente entrampados para poder entender la verdadera naturaleza del problema, sus definiciones y límites, según los que lo han planteado. Muchos autores han sostenido la cuestión hasta el nivel analítico, sin tocar las repercusiones que tendría el problema de ser extendido en sus consecuencias a problemas adyacentes.
Afortunadamente, la cuestión no puede ser tan analítica[1]. Hegel, como filósofo idealista, es un buen anclaje para comprender el último punto que alcanzó la filosofía siendo cómplice del lenguaje. Desde ahí, su concepto del ser, a lo sumo, levantó una nueva iglesia y toda una jerga y discusiones del todo irrelevantes tal cual sucedió con ciertas tendencias teológicas durante el auge de la iglesia[2]. De forma que los que continuaron por la vertiente del ser escribían literatura de un muy peculiar estilo pero no creo que fuese aquella su intención. Y cuando pretendían discutitr ideas con otros colegas a través de sus escritos, extraña manera de debatir por cierto, provocaban conversaciones de sordos, a mi juicio.
Pero Hegel al querer dar cuenta de una supuesta historia cuyo protagonistas fuese el pensamiento como motor de la espiritualidad y obras humanas, preparo un campo fértil para la irrupción de nuevas ideas, sobre todo cuando este campo implicó una traslación desde el punto fijado por Hegel a otro muy distinto.
Marx, el materialismo dialéctico y una composición de la historia cuyo protagonista no fuese la fuerza del pensamiento, sino las distintas fuerzas aglutinantes que determinaron la economía de los grupos humanos, penetró fuerte en el contexto de la explicación de la ideología moderna. Y cambio radicalmente apreciaciones sobre conceptos como la misma ideología y la misma historia.
Pero Marx pronto apostó muy alto y pronto comenzó a tensar las fuerzas de su historia en la misma dirección que, en consecuencia, había estado criticando. Porque nunca se cuestionó quizá el ser parte de una clase del mundo burgués y mercantil y pensó en su actividad como un positivista cualquiera. Pensaba que estaba sentado al lado del camino, como diría Fito Páez. Tan pronto derribo un colosal edificio, comenzó a construir uno sobre los mismos cimientos del anterior. Le apostó a la dialéctica, pero no supo apostar por otra cosa que subvirtiera realmente el problema de la ideología. Quizá por el contexto o quizá porque dar otro paso forzando los límites de su método significaba ser clarividente.
Si no se ha adentrado lo suficiente este discurso en los sistemas teóricos de los autores anteriores, es que no es necesario. Continuemos.
Mientras la vertiente de Marx siguió sobre sus propios pasos, de a poco la filosofía que quedaba por ahí, lejana al romanticismo decimonónico,  empezó a encontrar su propio destino, como lo vaticinaba la actitud de la teoría marxista. Pero de manera bastante cínica. A esto mismo remite el segundo párrafo de este escrito. La filosofía analítica, y la del lenguaje en dicha vertiente, denotan un punto cúlmine que coincide con la penetración a las oscuridades del lenguaje. Preguntas cómo “¿Qué son los enunciados? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Significan algo por sí mismos?” y tantas otras reflejan dicha oscuridad. Tanto que terminó siendo dudoso que el lenguaje y sus productos (para algunos el enunciado y para otros el habla) envolvieran algo de eso que se llamó verdad.
El problema de la verdad quedó acotado para los problemas de la filosofía de la ciencia, la cual culmina a su vez esbozando un significado muy laxo y relativo para éste término, modificándolo por completo. La verdad perdía su categoría ontológica y pulularía entonces por entre las redes de los distintos sistemas teóricos de la ciencia exacta, según su coherencia interna, pero no tendría permiso ni derecho de salir al mundo.
Y la filosofía del lenguaje, en su vertiente analítica que citamos antes, término en conclusiones sobre la naturaleza del mismo como la siguiente: que la realidad lingüística está compuesta por juegos de lenguaje. Me remito a Wittgenstein e ideas de otros autores como J.L. Austin quien argumentó también en una dirección similar con su propuesta de “Cómo hacer cosas con palabras”. Este tipo de argumento ya no solo cuestionaba la categoría de la verdad, sino la del significado y la referencia. Resultó que modifico la dimensión donde moraba el problema del lenguaje y su relación con el mundo externo. Siempre se trataba de una cuestión abstracta, asumiendo que la dimensión del problema pertenecía al ámbito de la relación del sujeto cognoscente y su herramienta de acceso a la realidad. Ahora la dimensión comenzó a abarcar el lenguaje en su ámbito fenoménico, en su producción, práctica y acto. En su verdadera realidad. Como objeto de comunicación.
Antes de que los filósofos analíticos, a partir de Wittgenstein, arribaran a este tipo de conclusiones y otras relacionadas, un grupo de lingüistas rusos ya habían hablado del lenguaje no como un sistema. Se trata del círculo Bakhtin, cuyo homónimo fue el precursor de ideas únicas sobre el lenguaje y su naturaleza.
No pienso exponer acá la teoría de Mikhail Bakhtin, un lingüista de tomo y lomo. Baste decir que mientras los herederos del marxismo levantaron la iglesia de la revolución, Bakhtin ya estaba problematizando el lenguaje desde un punto de vista fenoménico, es decir, el lenguaje en su dimensión real. Por supuesto, su manera de abordar la cuestión es sumamente material e histórica, porque tiene arraigo Marxista. Pero pronto reconoció que el marxismo no escapaba a los tristes vicios de una escuela de pensamiento. El lenguaje, en este sentido, es como un alter ego, abraza al sujeto disfrazado de una realidad aparte para esconder su engañosa situación.
Y es que para Bakhtin el lenguaje está vivo, contiene historia, es intencionado, y nunca apareció en nuestras conciencias para reflejar realidad alguna. Se nos ofrece, cual muñeco de ventrílocuo, para expresarse frente al público pero es completamente al revés. Es el lenguaje quién se expresa través de nosotros. En los discurso que conforma y que nos penetran, ahí está el lenguaje contando su propia historia y no la nuestra.
La garantía que nos ofrece, en pocas palabras, la visión que del lenguaje tiene Bakhtin, es poder salirnos del circulo que conjuro el nuevo ser de Marx, el materialismo dialéctico, que nos lleva nada más que a un nuevo ciclo de dogmatismo.
La idea de Marx es cierto que es revolucionaria pero en relación al sistema de la filosofía que le precedió. Más no revolucionó tal campo hasta su más tierno arcano. Se funda en una cierta lógica que echa a andar la rueda del un nuevo Ser, de una idea absoluta. Eso me ha parecido siempre extraño. Por qué Marx no pudo dar con un materialismo histórico que situara al lenguaje como otro producto cultural, material. Porque contribuyó a ocultarle nuevamente al borde de su filosofía situándolo en una categoría por sobre la historia.
He ahí el problema capital: que el lenguaje siempre se nos sube arriba de la cabeza cuando queremos predicar sobre el problema de nuestra cultura.
Este escrito puede parecer pretencioso, porque no es a ningún resabio histórico al que debo acudir para intentar dar con el sentido común ajeno. Y debo esperar, además, que si el mismo concepto de sentido común es decapitado, encuentre otra vía de acuerdo con el lector.

Velador



[1] Recordemos a Kant y su definición de los Juicios Analíticos.
[2] Tal como nos predica sarcásticamente Engels

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