jueves, 13 de enero de 2011

El discurso de los que sobran


Capitulo I

Es pasmoso observar, por ahí, que hay personas que siguen pensando su realidad y la posibilidad de cambiarla a través del discurso, como vehículo válido y efectivo para lograr tal cometido. Más increíble que muchas personas quieran seguir jugando un juego tan viejo, apto para construir imperios babilónicos y asirios y demases. Me explico.
Han visto que tengo en el margen del Blog, lo que se llama “sitios web de interés”, afiliado a “El ciudadano”, un periódico que, más que tener una alineación política manifiesta, diría que es simplemente de contrainformación , cosa que se agradece en todo caso. Ese es un aspecto por el que vale la pena darse una vuelta por su sitio web.
Pero otro aspecto no menos colorido es que si pinchan una noticia que tiene ribetes de fundamentalismos de izquierda, aparte de leer una columna trasnochada de ideología izquierdista, podrán ver en la sección al pie, la de los comentarios, un cruce de opiniones que pone en evidencia, cual experimento involuntario de parte de la editorial de “El Ciudadano”, lo fundidos que están los cables emocionales de los “interlocutores” y lo poco comunicantes que son sus discursos, es decir, lo incapaces que son de potenciarse con otro discurso si uno u otro presentara, incluso sutilmente, alguna diferencia.
Dije interlocutores. ¿Por qué? Si dichos comentarios deberían referirse a la noticia. Muchas veces ocurre que ha sido publicado algún artículo sobre un referente de izquierda (a la izquierda de la concertación, acotemos). Ello suscitará que luego, quienes han podido leer dicho artículo, se vean motivados a realizar algún comentario al respecto. Este comentario puede ser crítico de cierta postura contenida en el artículo. La crítica podría hasta ser sutil. Pero lo más probable es que choque con los ánimos de quienes se han alineado a las posturas de los protagonistas del artículo en cuestión, y desplegarán la defensa de diferentes modos. Unos recurrirán al típico discurso socarrón, por ejemplo, cuando alguno de los afligidos menciona que el comentarista crítico opina así porque, de seguro, hay algo que su intelecto no consigue entender. Otros recurrirán al clásico sarcasmo, que resguarda la postura de quien se halla incapaz de sostenerla por medio de un argumento sólido. O simplemente habrá quien recurrirá a abiertas descalificaciones.
Un detalle interesante de observar acerca de dichas réplicas es que en ciertas ocasiones quienes las expresan asumen que el comentarista crítico eleva su argumento desde cierta postura, a la cual jamás ha hecho explícita alusión. Es el clásico cuadro que se arma cuando un ferviente pinochetista intenta enaltecer absolutamente toda la obra de su prócer y ante la objeción de otro, comienza a sospechar que pueda ser “upeliento”. Y lo mismo sucedería invirtiendo los papeles.
Y se puede ser testigo de la definición de la expresión “conversación de sordos” por antonomasia. Me pregunto, ¿cómo podríamos llamarle a este tipo de discurso? Creo que es legítimo estudiarlo porque reviste un estilo que aqueja a la mayoría de los discursos que se esgrimen en el contexto de diálogos que versan sobre una ideología.
La mayoría de aquellos contenidos que han sido articulados de cierta forma para promover una imagen ideológica tienen una particularidad. Provienen de un determinado contexto o dimensión de la cultura y actividad humana, dimensión que es propenso a la polarización. Tan simple como que en cierto tema, como el del desarrollo económico de las naciones y su justicia social, coexisten dos tendencias ideológicas que tienden la una a desacreditar a la otra. Un dialogo de contenido ideológico que tiende a fracasar, muy probablemente se refiere a este tipo de dimensiones.
Otro detalle importante que debería estar presente para que esta clase de intercambios dialógicos surja es que aquellas ideologías deben versar sobre una dimensión humana que es propensa de no solamente evocar representaciones cognitivas sino también emociones. El aparato afectivo está involucrado. Ya sea probablemente porque una y otra ideologías sitúan al perico en un grupo de pertenencia y generan un sentido de identidad potente, que es natural sea defendido por sus simpatizantes, porque de alguna manera les permite identificarse y plantearse cierta dirección o propósito en la vida. Por esto, muchas veces el estilo de los discursos que suscita una ideología particular, a propósito de su defensa o menoscabo, llegan a tener matices épicos, donde hasta se inventan héroes.

Por favor. Acá hay un link interesante que puede ejemplificar el asunto. Antes de seguir torturándose con mi engorrosa forma de expresarme, échenle un ojo. Léanse los comentarios al final del artículo. No es necesario leerse el artículo mismo para entender.

http://www.elciudadano.cl/2011/01/07/fundan-en-chile-la-federacion-comunista-libertaria-f-c-l/comment-page-2/#comment-84748

Creo en el dialogo y en la legitimidad de que cada cual pueda componer sus propios discursos e intelecciones. Pero creo que deberíamos estar precavidos para estar seguros de que en ciertas circunstancias somos capaces de dialogar y en otras no.
Recuerden ustedes si guardan en su memoria alguna última conversación con ribetes de debate acerca de ciertas ideas, qué se yo, política, religión, ciencia. Se puede conversar de dos modos acerca de tal tipo de temáticas. De manera objetiva o revisando sus hechos; o de manera partidaria, esto es, tomando parte de cierta tendencia u orden existente en el ámbito de la religión, política, ciencia, etc.
No sé si habrán sido testigos de alguna de esas inútiles conversaciones acerca del golpe de ‘73, generalmente más partidistas que objetivas o históricas. Es un ejemplo típico. Casi como escuchar como discute un chuncho con un cacique. Pero habrán recordado la última conversación de ese tipo en que estuvieron envueltos o, al menos, la última de que fueron testigos.
En su expresión más extrema esto se puede apreciar cuando dos personas discuten un tema, pongamos, político. A tiene una clara postura política y B tiene interés en conocer como predica A acerca de dicha postura y le hace observaciones. A puede sentir que ciertas observaciones de B son objeciones a la ideología donde enraíza su predicamento (póngale marxismo). Cuando esto ocurre, y si la paciencia de A sufre un primer revés ante el incisivo estilo de B, aquel probablemente tenderá a asumir que B piensa al contrario que él e incluso que es simpatizante de una ideología contraria. Sin que B jamás haya planteado algún argumento en base a ideología alguna sino solo observaciones.
No sé si existe alguien que haya realizado un estudio acabado sobre los estilos de interlocución, pero de no ser así, este tipo de discurso que exhibe A debería ser definido bajo algún rótulo. No se si discurso fundamentalista, discurso “sordo”, realmente no lo sé. Pero, siguiendo las ideas anteriormente mencionadas, existe un modo de discursar en base, en principio, a dos factores que interactúan en la interlocución de un perico. Uno es la ideología y su dimensión que un sujeto predica en un tema en particular. El otro es el estilo del discurso del perico sobre ese tema en particular, basado por supuesto en la ideología. No me atrevería a aventurar más allá que esto acerca del segundo aspecto. Pero es este mencionado estilo el que viene dado por un componente afectivo hacia el mundo que ha precipitado que el perico simpatice o se sienta resarcido por ese discurso. Lo más probable es que si una ideología ha salvado a un perico del desamparo, éste la defenderá de un modo dramático, casi religioso, y parecerá un verdadero fundamentalista.
Hay quienes queman su combustible en este tipo de confrontaciones, se hacen profesionales de ello, de tal modo que terminan hasta perdiendo el último ápice de vértigo y emoción que una ideología determinada suscitó en su ser. Cuando despiertan de ese sueño se hallan imbuidos en un colectivo que levanta consignas y discursos panfleteros o ya muy comprometidos en la maquina de un referente político de mayores dimensiones donde se impone aquel cuyo estilo es más seductor. Si se lee sobre el ascenso del NSDAP y su fürher, dícese que Hitler habría sido iniciado en un estilo de oratoria particular para dirigirse a su auditorio.
Para otro tipo más frívolo de personas una ideología fue sólo desde el principio un instrumento de su narcisismo. Un vehículo capaz de encumbrarlos estratégicamente, sin luchar físicamente, hasta donde ellos creen que se merecen. Cambian un discurso por otro según les convenga. Y están prestos a asimilar la moda léxica y ‘neologística’ que se incuba en los círculos de debate político. Pero me temo que solo les importa sobreponerse a otros más que una idea en particular. El arcano de sus motivaciones parece ser el conocido gallinero donde quien se instala en el palo de más arriba que pueda estará cada vez más a salvo de la mierda que excretan todos los demás hacia abajo.
Como conclusión. Hay unos tipos que les queda bien orar así. Pero depende de donde se está metido. Si en un conversación familiar usted llegara a sentir que ciertas replicas a sus comentarios le revuelven un poco la boca del estomago o siente que le sube acaloramiento, dese cuenta donde está. ¿Es su familia un lugar para construir o para disgregar? Quizá, más que ser un molesto interlocutor, un familiar u amigo suyo le esta permitiendo escarbar hasta el centro de sus frustraciones, donde podrá encontrar aquello de lo que podría hacerse cargo mediante un trabajo personal. Así luego podría encontrar más paz para sus conversaciones y la costumbre de descubrirse en ellas, más que intentar componer una supuesta imagen objetiva de algo que lleva en sus fantasías para ventilarla como si fuese cierto.
Hablando en un contexto más macro, me parece que en alguna época el tener el don en la palabra funcionaba. Pero hoy, no sé si auspiciado por el consumismo espontáneo o por una moda iconoclasta generalizada, ya no enganchan los discursos altisonantes en las personas. El mundo ha cambiado, no en el sentido de que se haya vuelto más pragmático, que siempre lo fue. Sucede que hoy es insolentemente pragmático para algunos y ya no tiene pudor para esconder su maquinaria bajo barnices de oratoria y retórica de estilos particulares. Es una realidad exigente para la porfía del dogmático que le costará, sangre, sudor y lágrimas entender que el mundo se ha vuelto ‘careraja’, tanto así que me parece que ya no se entusiasma con esos antiguos payasos (con todo respeto) que reflejaban en sus dramas una estética de sus realidades y los ofrecían al espectador, de mala fe, como si fuesen los dramas de todos.

A próposito, extiendo un artículo interesante sobre como los medios de comunicación han tecnificado alguna de las habilidades del antiguo orador masivo, sobre todo en lo que concierne a como manipular las emociones de sus destinatarios.


Velador

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